
Sobra propaganda y falta marketing público
27 septiembre 2011

No hay que ser un sabio para entender de datos públicos. Y, sin embargo, ha tenido que ser el avezado propietario de una heladería de Estados Unidos el que hace ahora un año y medio explicara con su caso qué es exactamente y para qué sirve el Open Data.
Su comercio, situado junto a una concurrida estación de Boston, luce en su interior un sencillo panel que muestra en tiempo real las frecuencias de llegada y de salida de cada línea de autobús. Sus clientes entran allí todos los días con la tranquilidad de saber que no sólo tomarán sin problemas el transporte urbano sino que, además, lo harán con el apetito saciado.
Lo relevante de todo ello es que las informaciones que dan vida a esta historia son públicas, están siempre actualizadas, son gratuitas, fiables, muy sencillas de entender y están al alcance de cualquiera a través de Internet.
Estados Unidos es, desde luego, la gran referencia innovadora. Pero no es la única. También Europa ofrece buenas aplicaciones de datos públicos. iTráfico, por ejemplo, es una herramienta española para Android que informa del estado de las carreteras gracias a la información constante que ofrece la Dirección General de Tráfico. infoVuelos, desarrollada igualmente dentro nuestras fronteras, es otro servicio móvil que se sirve de los datos de la empresa pública Aeropuertos Españoles y Navegación Aérea (AENA) para facilitar en vivo las salidas y llegadas de los aviones de las terminales nacionales.
La diferencia entre el primero de los casos y los restantes es, no obstante, evidente. La heladería con la que arrancamos en Boston ha transformado la información que ofrece junto a sus mostradores en un auténtico negocio, en un recurso por el que sus clientes están dispuestos a pagar aunque sea al coste amigable de un helado.
Nuestros desarrolladores, por su parte, han hecho de esa misma categoría de datos una herramienta útil y gratuita, una extensión partisana del propio organismo público que los sirve… Lo han convertido en un verdadero servicio ciudadano.
Nos encontramos, pues, ante la constatación de que a uno y a otro lado del Atlántico participamos de culturas empresariales distintas y de enfoques humanos completamente opuestos. Incluso en materia de Open Data.
En realidad, nos hallamos frente a una cuestión tan recurrente como actual: ¿percibimos igual la tecnología y sus beneficios europeos y americanos? ¿Compartimos idéntica idea del papel que deben desempeñar nuestras administraciones y gobiernos? ¿Aspiramos al mismo modelo de explotación de los datos públicos?
No hay más que bajar a la calle para salir de dudas. Busquemos si junto a la parada más cercana tenemos un panel electrónico que explique cuánto queda para que llegue el autobús o, por el contrario, hemos de localizar un establecimiento comercial próximo donde consultar ese mismo dato al precio de un desayuno. Lo que es seguro es que si estamos en Europa, el último lugar donde alquien buscaría ese recurso es junto al mostrador de un local privado.
Esta diferente percepción de lo público nos recuerda un fenómeno digno de reflexión. Allá donde la participación del Estado en el día a día es más limitada, como en Estados Unidos, la capacidad de sus gestores para apoyarse en la sociedad y difundir los resultados de su actuación es paradójcamente más alta que en países tradicionalmente socialdemócratas. Allá donde los servicios públicos son casi residuales y a veces claramente deficientes- las empresas y ciudadanos ofrecen una lectura más constructiva de sus beneficios.
En Europa, por el contrario, percibimos el trabajo de la Administración como algo distante, abstracto e ineficiente . y eso a pesar de que, en determinados casos, sus prestaciones están más lejos de lo que ningún otro habitante del planeta soñaría para su propio país.
La barrera, seguramente, está en la distintas aspiraciones ciudadanas de unos y otros. Pero, sobre todo, está en algo mucho más básico: tendemos a olvidarnos de los procesos para centrarnos en el producto final (una carretera, una ventanilla única empresarial, una ayuda al alquiler). Mostramos la acción de agencias, institutos y organismos oficiales como si ésta fuera el resultado mágico, espontáneo y puntual de un político iluminado nunca de una industria social donde participan y se coordinan múltiples inteligencias públicas.
Hace falta que una heladería norteamericana ponga un panel con el horario de los autobuses para que a este lado del charco recordemos que ese mismo recurso se ofrece libremente en casi cualquier esquina de nuestra ciudad. O descubramos que en España los datos públicos son un enorme tesoro todavía por explotar.
Dicho de otro modo: nos sobra la propaganda y nos falta, todavía, mucho marketing público.
Imágenes | J.L. Rodríguez

