
House of Cards, Netflix, el huevo y la gallina
24 febrero 2014
En el mundo de la comunicación, desde siempre, ha existido una conversación del tipo el huevo o la gallina. De esas que ocupaban horas, en la cafetería de la Facultad de Ciencias de la Información, entre partida de mus y botellín de cerveza: ¿el público consume el contenido que los medios emiten (especialmente la televisión) o los medios emiten el contenido que el público quiere?
En aquellas discusiones yo era de los que defendía que el público, generalmente aborregado, consume lo que le echan: culebrones (la novela, que decía mi abuela), concursos de Jordi Hurtado, películas de mediodía basadas en hechos reales, noticias especialmente sensacionalistas, fútbol, realities, series de televisión o programas del corazón (ya. Tú nunca los has visto. Eres más de los documentales de animales. Ok.).
Pero eso era antes. Cuando no existía Internet. O, al menos, cuando Internet no era lo que hoy es. Todo eso ocurría cuando no elegíamos el contenido a la carta. Cuando no consumíamos ingentes cantidades de información de motu propio. Ese escenario era sólo posible cuando los medios de comunicación masivos (especialmente la televisión) tenían el monopolio de la información y, los demás, éramos esclavos de sus horarios y decisiones.
Hoy, eso ya no es así. Y eso me hace plantearme qué es lo que hacen los estudiantes de Periodismo si ya no se puede discutir de esto, está mal visto beber botellines en horas lectivas y atornillaron las sillas al suelo en mesas estratégicamente situadas para impedir clandestinas partidas de mus en la Complutense de Madrid… Pero eso es otra historia.
Lo cierto es que, hoy, en el año 2014, nosotros, el público, elegimos qué ver, cómo verlo y cuándo hacerlo. Películas, series, realities, vídeos caseros… En nuestra smartTV, en el ordenador, en nuestra nueva tablet, en nuestro flamante smartphone, en casa, en la oficina (que sí, que lo haces también), mientras vamos en metro o en el autobús.
Hoy nadie nos dice lo que tenemos que ver. Ni cómo. Ni cuándo.
Ya. Pues no. Somos unos ilusos.
El pasado 14 de febrero se produjo el estreno mundial de la segunda temporada de House of Cards, la gran serie de televisión de Netflix. Ojo, un serión. Estuve completamente enganchado a la primera y estoy esperando a sacar el tiempo para ver esta del tirón de nuevo.
Conoces Netflix, ¿verdad? Si vives en España, aún no has tenido la oportunidad de usarlo (proxys aparte), pero seguro que has oído hablar de esta increíble empresa. Un proyecto que está transformando la forma en la que consumimos el contenido y que es un ejemplo de cultura 2.0 aplicada al negocio, un ejemplo máximo de Social Business.
Primero reinventaron el mundo del videoclub a través de una tarifa plana con la que recibías, a domicilio, las películas; y te las recogían. Sí, sí. Todos nos hemos quedado alguna vez una cinta de VHS (qué victoria vivió frente al Beta) o un DVD de un videoclub por no volver a pagar la multa del retraso en devolverla. No lo niegues.
Y, después, asombraron al mundo convirtiendo el streaming en la mejor forma de acceder, legalmente, al contenido online de forma ilimitada y por algo así como 10 dólares mensuales. Tela.
Hoy, en plena expansión internacional (está presente ya en toda América), se encuentra al fin aterrizando en Europa (aunque en España aún parece que nos queda para rato). Más de 30 millones de usuarios en todo el mundo certifican un modelo que se ha convertido en un éxito abrumador.
30 millones de personas conectados a su red. Una red en la que todos los usuarios se identifican. Se geolocalizan. Y consumen contenido a la carta. Cuando quieren. Como quieren. Desde su ordenador o desde su tableta. O desde su smartphone. 30 millones de personas (y subiendo) que, voluntariamente, dejan un registro constante, diario, inmediato, de su actividad. De su consumo de contenidos. Lo que les gusta. Lo que no les gusta y cortan de inmediato. Lo que avanzan con el fast forward. Lo que rebobinan. Lo que pausan. Lo que pausan y rebobinan para volver a pausar (sí, seguramente haya pechos de por medio).
Big Data. En estado puro. Netflix sabe lo que le gusta a su audiencia. Datos que se convierten en información. Información que se convierte en conocimiento. Conocimiento que se transforma en negocio.
Vivimos en una época en la que las series de televisión viven su edad dorada. Grandes directores, actores espectaculares, guionistas de lujo… Todos se han postrado ante una nueva gallina de los huevos de oro en un momento en el que, paradójicamente, el cine está de capa caída. Grandes productoras audiovisuales que dominan el cotarro: HBO (The Wire, Los Soprano…), AMC (Breaking Bad, Mad Men), Showtime (Homeland, Californication), BBC (Sherlock)…
Y llega Netflix y, como ya hizo dos veces, decide revolucionar el mundo audiovisual.
Analiza esos datos y se da cuenta de que a sus usuarios, en general, les gustan los thrillers políticos. Y que están interesados en una serie antigua británica llamada House of Cards cuyos derechos para un remake están peleando las grandes productoras. Y que, generalmente, les gusta Kevin Spacey como actor protagonista (normal, por otro lado). Y les encanta David Fincher (tampoco es raro). Y resulta que se dan cuenta de que lo que más disfrutan sus usuarios son los maratones de series, no eso de esperar semana a semana durante tres meses para poder completar una temporada.
Y ponen 100 millones de dólares sobre la mesa. ¿Cómo?, dicen que dice la competencia. ¡Si eso no es rentable!, aseguran hipotéticamente los directivos de HBO. ¿Cómo van a gastarse ese dinero en un piloto de una serie que no saben si va a funcionar y que, quizá, tengan que cancelar antes de tiempo?, se oye, figuradamente, en los pasillos de AMC.
¿Piloto? ¿Quién ha dicho piloto? Netflix, dando un golpe sobre la mesa, decide producir, del tirón, dos temporadas de House of Cards. Protagonizada por Spacey y dirigida por Fincher. La primera temporada se estrena, completa, el mismo día. Y, rápidamente, se convierte en un éxito de audiencia y de crítica.
La segunda temporada, como comentábamos antes, se estrenó hace unos días. De nuevo completa. Y con una promesa: habrá una tercera.
El estreno, por cierto, digno de estudio: todos los directivos de Netflix y un buen puñado de analistas de datos viviéndolo en su war room. Sabiendo, ipso facto, quién, cómo y cuándo la está viendo. Sabiendo, incluso, que un tipo se vio los 13 capítulos consecutivos con un estrecho margen de 5 minutos de diferencia entre el estreno y las 13 horas siguientes.
Y House of Cards no es un experimento. Su éxito es una certeza. Se trata de producir un contenido que a ciencia cierta su consumidor va a recibir con los brazos abiertos.
Y House of Cards no es un producto único. Meses después de su estreno, Netflix presentó Orange is the new black, un producto pensado para otro de sus grandes targets, especialmente el público femenino.
Es curioso. Las nuevas tecnologías nos permiten ser más libres. El acceso a la enorme cantidad de información que tenemos en Internet nos abre, a los usuarios, un mundo de oportunidades de consumo a la carta. Y, sin embargo, esa hiperconexión, al mismo tiempo, está generando tanta información que nos permite, de nuevo, otorgarle a los productores de contenidos la oportunidad de decidir sobre lo que consumimos.
El huevo o la gallina.

